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¿Pareja abierta? 3 cosas a tener en cuenta

Todas las parejas cerradas se parecen, pero cada pareja abierta lo es a su manera. No, no es verdad, en realidad cada pareja cerrada también es peculiar, pero esta versión libre del inicio de Anna Karenina nos sirve para ilustrar uno de los puntos principales de este artículo: que cada pareja, cerrada o abierta, es cerrada o abierta a su manera por la sencilla razón de que es pareja a su manera.

Como la pareja cerrada está muy vista (como tema) hoy nos centraremos en aquellas parejas que optan por la apertura en el ámbito sexual como medio para potenciar su bienestar. Es decir, en aquellas parejas cuyos miembros acuerdan mantener relaciones sexuales con personas ajenas a la pareja o, al menos, permitir que uno de ellos lo haga. Para ello, tomamos prestadas tres ideas inspiradoras de la literatura universal.

Cada pareja abierta lo es a su manera

Como indicábamos al principio, el famoso libro de Tolstoi comienza con una famosa frase que dice algo así como que “Todas las familias felices se parecen pero cada familia desgraciada lo es a su manera”. Por otro lado, todas las parejas abiertas se parecen en lo básico, dado que todas se definen por el hecho de que al menos uno de sus miembros mantiene relaciones sexuales con personas ajenas a la relación de manera acordada.

Más allá de la definición, lo importante es no dar por hechas las características de una pareja abierta que tengamos delante, como tampoco debemos asumir las características de otras parejas abiertas durante el proceso de abrir la nuestra si es que esas características no sirven para nuestro bienestar. Cada pareja abierta debe negociar el cómo, el cuándo, el dónde y el qué de las relaciones sexuales que mantiene con personas externas inspirándose en lo que hacen los demás pero siempre priorizando sus necesidades particulares. Además, deben acordar ciertos puntos básicos sobre la comunicación al respecto: qué se dicen y qué no sobre lo que hacen fuera de la pareja. Estás en lo cierto, por mucho que se parezcan entre sí no hay dos parejas abiertas iguales.

No se nace pareja abierta, una pareja abierta llega a serlo

En su famoso libro El segundo sexo, Simone de Beauvoir afirmó que no se nace mujer, sino que se llega a serlo. Es decir, que muchas de las cosas que damos por hechas en nuestro modo de funcionar son en realidad construcciones culturales que, a fuerza de ser repetidas a lo largo de la historia, hemos asumido como naturales. Este error solo puede salvarse poniendo en tela de juicio los modelos aprendidos y construyendo nuestro propio modelo de las cosas, uno que verdaderamente se ajuste a nuestras necesidades. Esa construcción, sea como sea, siempre es un proceso.

Aplicado al ámbito de la apertura de pareja, incluso aunque dos (o más) personas decidan que su pareja es abierta desde el primer día, ha hecho falta un proceso personal más o menos elaborado en cada uno de sus miembros hasta llegar a la conclusión de que la apertura es lo que más les conviene, a cada cual individualmente y a la relación en su conjunto. Por otro lado, lo más frecuente es que las parejas comiencen su andadura siendo cerradas y, por una serie de razones, opten por la apertura como un medio eficaz para proyectarse hacia el futuro. Llegar a ese punto, por tanto, no es algo inmediato ni automático, sino que exige una reflexión sobre las propias necesidades y sobre aquellos factores que verdaderamente unen a la pareja, aquellas cosas que fortalecen el vínculo. Normalmente la conclusión es que una de las cosas que más sanamente fortalece el vínculo entre dos personas es el fomento de sus mutuas libertades individuales.

Mientras no se hagan daño deliberadamente a sí mismas o a cualquiera de las personas implicadas, todo está permitido

Dossie Easton y Janet Hardy estructuraron en torno a esta tesis su famoso libro Ética promiscua. Lo importante de la misma no es la parte de “no hacerse daño a uno mismo ni a las demás personas”, ya que esto, quien más quien menos, lo solemos tener bastante incorporado. Lo relevante es la afirmación de que, mientras esa premisa se cumpla, todo, absolutamente todo, está permitido. Es decir, que todo, absolutamente todo, puede barajarse como una opción viable para una persona particular y también para los miembros de una pareja.

Todos los seres humanos nos herimos y agraviamos constantemente y, por lo general, esto sucede de manera involuntaria. En la medida en que conseguimos mantener esos agravios en el terreno de lo involuntario, y mientras fomentamos un sano autocuidado, es nuestra responsabilidad detectar cuáles son nuestras necesidades sexuales y trabajar en la medida de nuestras posibilidades para satisfacerlas. Sea con una persona o con varias, sea solo con nuestra pareja o con más personas, sea con una pareja de dos o de más personas, sea con quien sea y como sea, mientras no nos hagamos daño ni tampoco dañemos (deliberadamente) a cualquiera de las personas implicadas.

Rafael San Román, psicólogo

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