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Psicológicamente, ¿nos afecta más el VIH a las mujeres?

Cada vez hay más publicaciones científicas alrededor de la temática del VIH. Por publicaciones científicas me refiero a artículos que se escriben siguiendo unos criterios generales para poder publicarse en revistas… científicas. Antes de que vean la luz, expertos en el tema del que trate el artículo lo leerán y harán recomendaciones y lo reenviarán de vuelta al autor, que lo tendrá que reescribir y enviar de nuevo a esos expertos. Así hasta que el editor de la revista de el visto bueno. Este sistema es genial porque así te aseguras que lo que estás leyendo ha sido escrito, releído, corregido, vuelto a escribir, vuelto a releer… Esto les da fiabilidad, claro, ¡que no la verdad absoluta!

Pues, decía antes de irme por las ramas, que obviamente también sobre el VIH se publican artículos de este tipo, cientos al año de hecho, hay incluso una revista científica en la que se publica sólo sobre el SIDA (Journal of the International AIDS Society). Algunos de estos informes son sobre VIH/SIDA desde una perspectiva médica, otros sólo sobre el virus desde un punto de vista microbiológico, otros sobre la dimensión social de la enfermedad… La lista es larga, pero hoy me quiero centrar en uno que estudia el impacto psicológico del VIH en las mujeres. Este estudio ha sido recién publicado por varias mujeres, entre ellas Alice Welbourn o Marijo Vázquez. Estas dos mujeres pertenecen a aquella primera generación que se infectó con VIH cuando contraer el virus te ponía a las puertas del otro mundo. Por suerte para este mundo, las dos, guerreando y jaleando, viven todavía para contárnoslo.

Bueno, al lío. Los datos usados se extraen de más de 800 entrevistas realizadas a mujeres de entre 15 y 64 años provenientes de 94 países distintos. Se incluyeron, por supuesto, mujeres transexuales. En las entrevistas, se preguntaba primero por la edad, la lengua nativa y la «identidad social» (por ejemplo si tienen hepatitis C, son homosexuales, han estado en prisión… esto para buscar posibles patrones). En un segundo bloque se les preguntaba sobre diferentes estados mentales experimentados a lo largo su vida y si habían ocurrido antes del diagnóstico por VIH o después. Por ejemplo, una mujer de 50 años emigrada de su lugar de origen y que habla chino, podría haber respondido que sufrió depresión sólo después de saber que era seropositiva pero que antes solía tener ansiedad. Usando estas respuestas y gracias a la magia de la estadística, elaboraron un índice de estado mental y extrayeron conclusiones. Todo esto explicado mal y rápido, aviso.

Los resultados se pueden dividir en cuantitativos, donde valoraron sólo las cifras. Por ejemplo, 86 mujeres no se sentían cómodas con su cuerpo antes del diagnóstico, 263 después, lo que crea una tasa de incremento del estado emocional de 3,06. Esta tasa de incremento es interesante de por sí, porque es una forma rápida de ver qué formas mentales ocurren con más frecuencia sólo después del diagnóstico. Se llevaron la palma formas de paranoia, anorexia e insomnio. Los «desarreglos» mentales más persistentes, que aparecieron en muchas mujeres antes y después de contraer VIH, fueron depresión y baja autoestima (¡esto tenemos que arreglarlo eh!).

La otra forma en la que estudiaron los resultados, algo muy común en ciencias sociales, fue cualitativamente, donde se interpreta la «calidad» de la respuesta. Un ejemplo típico sería la pregunta: «Qué tan feliz está con que se sirvan macarrones en el trabajo en vez de spaguetis: muy feliz, indiferente porque no como pasta, muy triste». En el estudio que estudiamos, y ya me ha entrado hambre, las autoras encontraron dos grandes bloques de relaciones cualitativas. Por un lado, estigma y problemas mentales incluyendo rechazo, exclusión social y aislamiento. Por otro, problemas mentales y salud sexual y reproductiva.

Moebius-Jodorowsky-Alexandro-Les-Humanoides-AssociesUn 78% de las mujeres encuestadas dijeron sufrir rechazo y exclusión social. Esto suena así de la boca de mujeres participantes desde países tan diversos como Irlanda: «estoy viviendo una vida marcada por el miedo a revelar mi status serológico» o Nueva Zelanda: «creo que el VIH es una enfermedad triste y que lleva a la soledad». En el segundo bloque, se encontró que muchas mujeres o no mantienen relaciones sexuales o no las disfrutan después de infectarse, mientras que otras se refirieron a las barreras a una salud reproductiva digna, como explica una mujer de Uganda: «el momento en que se sabe que una mujer es seropositiva se la aísla, sobre todo durante el embarazo, por eso las mujeres prefieren no decirlo y así muchos niños nacen con VIH».

En resumen, las autoras han identificado líneas de pensamiento acordes con otros estudios similares hechos a ambos sexos, aunque en ellos sólo un tercio de los encuestados fueran mujeres. Destacan la necesidad de incluir el estado de la salud mental como un punto a tratar en las recomendaciones internacionales de líneas de actuación con mujeres con VIH, así como desde los trabajadores de la salud. Además, recomiendan ampliar la investigación, sobre todo para explorar si el estado mental pudiera ocasionar más infecciones, como afecta después de infectarse y cómo incluir el tratamiento mental en casos de VIH.

 

Gracias por leer, un abrazo y… ¡a meditar y a quererse mucho!

 

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