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Derecho a ser quien eres

Ahora a los once años está feliz y seguro de sí mismo, “Soy un niño». A veces, los niños actúan de forma arrolladora. Esta es una de las frases con las que, con toda la naturalidad, Leo expresó el desacuerdo que sentía a su madre, Mónica Zamora. La ruleta biológica hizo que al nacer le asignasen un sexo que su corazón no sentía. “No había manera de ponerle una braguita de su hermana”, recuerda Mónica. Pero el desconocimiento lleva a los adultos a taparse los ojos y pensar que ya se le pasará cuando madure. “No sabemos interpretarles, sin embargo, ellos son contundentes”, reconoce. Leo, de once años y natural de Irún (Gipuzkoa), es el primer menor transexual al que el Servicio vasco de Salud, Osakidetza, suministra y financia inhibidores hormonales, después del preceptivo informe psiquiátrico.

El tránsito «es complejo» cuando las piezas del puzle no encajan en el esquema que la sociedad impone, reconocen los expertos. Una incomprensión, la de los adultos, que se da de bruces con la lógica de la infancia. La hermana mayor de Leo, Nagore, tiene 13 años y también lo tenía claro, le solía decir a la madre de ambos. La identidad de género se determina entre los dos y los cinco años. No depende de los genitales, hay niños con vulva y niñas con pene. Con diez años, cuando Ane empezó a intuir que le salía el pecho, fue cuando Leo se hizo fuerte y marcó un punto de inflexión. “No quería cenar, lloraba, tampoco quería ir al colegio… Intuí que podía ser por eso. Vimos juntos el documental El sexo sentido y enseguida me dijo: Esto es lo que me pasa a mí”.

El Gobierno vasco ha puesto en marcha una comisión de trabajo de cara a aprobar una línea integral de atención a la transexualidad. Incluye, entre otros muchos aspectos, un protocolo específico en los colegios. Un texto del que hay un borrador y desde la asociación consideran imprescindible que, además del respeto a la identidad sexual y un protocolo contra el acoso, incluya un programa de formación para docentes, familias y la intervención pedagógica en el aula. Asegura que ahora mismo lo primordial es divulgar el conocimiento en torno a la diversidad sexual porque “está demostrado que los niños a los que se les niega su identidad están sumidos en la tristeza y cuando hacen el tránsito florecen”.

Fue tajante. Lo tenía claro. Al día siguiente, fueron a pasear al monte, y dio el paso: “Quiero que me llamen Leo ya”, le decía y “estaba ansioso”, recuerda Mónica. Poco a poco fueron encajando las piezas. Él siempre había sido un niño , pero, a partir de ese momento, fue Leo para el resto. Hizo el tránsito social y pocos meses después se informaron del siguiente paso: frenar la pubertad. Se pusieron en contacto con la endocrino de la Unidad de Género del Hospital de Cruces. Después de recibir el informe psiquiátrico favorable que garantizaba la transexualidad de Leo, tuvieron que esperar seis meses de seguimiento antes de recibir la primera inyección de bloqueadores hormonales.

Se les hizo eterna la espera. “Lo vivió con mucha angustia, con miedo a que le crecieran los pechos. Cuando empezó las clases de gimnasia se ponía delante del espejo para comprobar que no se le notaba nada y preguntaba “¿cuándo vamos a empezar?”. Ese día llegó en octubre. Después de la primera sesión su mundo cambió. Se reafirmó. “Ahora está seguro de sí mismo”, se felicita Mónica. “Antes escondía el rosa, no bailaba, tenía bloqueado todo lo que a los ojos de los demás podía asociarle con una niña. Ahora está súper feliz. ¡Se ha apuntado a clases de hip hop!”. Un paso firme para Leo y Mónica que también abre la puerta a otros menores que puedan verse en el mismo espejo porque es la primera vez que Osakidetza suministra y financia inhibidores hormonales a un menor transexual.

Leo sigue viviendo como él quiere vivir con la complicidad de su familia y del entorno. “Hemos tenido muestras de apoyo a todos los niveles”. Con once años ha alcanzado un grado de madurez que le lleva a no negar su vida anterior, ni su nombre Ane, tampoco su vulva. Mientras Leo sigue avanzando las instituciones siguen estancadas. Tiene su DNI guardado en el cajón. Podría solicitar el cambio de nombre, de Ane a Leo, pero seguiría apareciendo la etiqueta de género. “Que le pongan Leo y sigan etiquetándole como mujer no soluciona nada”, reprocha Mónica. Espera que las instituciones, de una vez por todas, avancen a la par que un niño de once años.

fiore firma

 

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