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Es hora de cambiar el cuento

Disney y todos sus personajes forma parte del proceso de sociabilización, entiéndelo como el proceso a través del cual se adquiere cultura, comprendiendo conocimientos, modelos y roles que suelen presentarse como absolutos, se integra en la personalidad de cada unx, para adaptarnos al entorno social a nivel conductual y afectivo. Es decir, nos hacemos integrantes modelos de una comunidad o sociedad.  Por tanto, podemos decir que estas películas conformaron nuestra manera de ver el mundo en cuanto al amor y el lugar de la mujer, con sus roles y funciones bien estructurados. Las niñas creamos un imaginario de lo que es ser mujer, limitado a los roles y acciones realizadas por una princesa y los niños crearon su imaginario de lo que es ser hombre, a partir de los roles y estereotipos del príncipe azul. Ya en esta frase de creación de dos mundos paralelos, Disney deja fuera infinitas posibilidades de ser y hacer, más allá del binarismo. 

En cuanto a la imagen de la mujer, las princesas suelen representarse como un ser incompleto. Una mujer para realizarse debe encontrar su príncipe azul, su única misión en esta vida convertirse en la “señora de” y de manera clasista porque nunca se convierten en señora del panadero. Las princesas Disney cumplen con ese “sin ti no soy nada”, una y otra vez. Todo su ser y hacer depende del rescate inminente de su hombre salvador y de ninguna manera esto debería ser referente en las niñas. Las mujeres vivimos y existimos de manera libre e independiente y poco debería relacionarse con el hecho de tener una pareja sea del género que sea. Desde niñas, todas las mujeres deberíamos empezar a comprender que “sin mí no soy nada”. Otro estereotipo de género que se repite es la utilización del cuerpo de la mujer para conseguir algo: Jasmine lo hace con Jafar, Tambor es seducido por una coneja con grandes ojos y pestañas y Megara utiliza su físico para engañar a Hércules. Todas estas escenas dejan claro este ideario colectivo sobre las mujeres y la utilización de su cuerpo y su sexualidad como medio para un fin, como si fuese la única herramienta útil de la que disponemos para negociar o convencer. Este cuerpo, a través del cual obtienen resultados, suele ser un modelo corporal único para todas ellas, que para Disney es igual a delgadas, con cinturas imposibles, bien maquilladas y peinadas para una boda, da igual si acaban de despertase o llevan dormidas una eternidad.  Además, tanto en personajes principales como Blancanieves o en secundarios, las personas encargadas de la limpieza y el cuidado del hogar son mujeres y con los enanitos justifican su desconocimiento en las tareas de la casa, como cualquier machirulo que se precie, “no limpio, porque no sé” y “no sé, porque eso es cosa de mujeres”. Por último, en cuanto a la representación de las mujeres en Disney no podemos obviar la reproducción del mito machista respecto al odio entre mujeres. Las principales enemigas de las princesas más conocidas de Disney son mujeres y el odio suele comenzar por la “belleza” de la princesaÚrsula de la Sirenita, Maléfica de Blancanieves, madrastra y hermanastras de Cenicienta son claros ejemplos de la falta de sororidad entre mujeres y de la reproducción de esta idea machista instaurada en la sociedad respecto a la competitividad entre mujeres. 

Si dejamos a un margen la imagen de la mujer, y ponemos el foco en la diversidad, no es de difícil comprobación la heteronormatividad en Disney, donde todas las relaciones son heterosexuales. Si a niños y niñas se les educa en la heteronorma, entienden esas relaciones como la única forma de amar. Y así, continuamos reproduciendo que los/las niñxs LGTBI tengan más complicado identificarse al carecer de referentes, a dudar de sus sentimientos ya que estos no salen reflejados en ninguna parte, una invisibilidad que les hace suponer que lo que sienten está mal. Del mismo modo, genera que los/as niños y niñas heterosexuales no entiendan que existen otras orientaciones igual de legítimas y por tanto no respeten la diversidad. 

Ese binarismo heterosexual da lugar a relaciones sentimentales poco saludables, con mensajes como que el amor lo puede todo. Esta idea de “aunque seas un ogro, con mi amor y mi dulzura, te cambiare” es un verdadero peligro para las niñas. Para Disney el amor romántico puro y verdadero, consigue cambiar al ser amado. Da igual que me encierres en un castillo, da igual que me trates mal, yo sé que puedo cambiarte y hacerte un buen caballero, y me tirare agredida, violentada y sufriendo toda la película para conseguirlo. Aquí, mucho cuidado, porque lo único que le estamos enseñando a las niñas es que aguanten situaciones de violencia, porque él cambiará y eso no pasa. Además, se muestra esa idea de que estos señores malos lo suelen ser porque se sienten incomprendidos y solos. Es decir, se justifican sus reacciones, su trato hacia la mujer, en definitiva, se justifica la violencia. Y si no lo puedes cambiar a él, el mensaje es “cambia tú misma por amor”: cambiar tu esencia, quien eres, por “amor”, conviértete en otra sirenita, cambia tu cuerpo y pierde lo más preciado que tienes por tu Erick, dejando de ser tu misma, porque la historia de amor lo vale. 

Después de todo este análisis, es justo reconocer que, a partir del 2012 Disney ha realizado un cambio en sus historias y personajes. primero con el estreno de Brave, película donde no hay ningún personaje masculino de peso, la protagonista total es la princesa, la figura del príncipe no existe, se explora en otro tipo de amor (madre/hija o hermanas), el físico es más real, la princesa no siempre es perfecta y, lo más importante, lucha y consigue las cosas por sí misma. En 2013, en Frozen, Elsa elige como verdadero amor a su hermana y no al chico y comienzan además los rumores en las redes sobre su orientación sexual. Podemos pensar que Disney está cambiando porque así debe ser, y así se lo está haciendo ver la sociedad, o porque sea rentable y moderno cambiar el discurso, en cualquier caso, la visibilidad siempre es positiva, teniendo en cuanta el alcance de sus historias y su impacto en la vida de las personas. 

Bárbara Mainieri

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