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El macho antirretroviral

La siguiente charla la compartí ayer, lunes 17 de octubre, en una clase de la licenciatura en Estudios Hispánicos de la Universidad de Stony Brook, en el Estado de Nueva York, concretamente de la asignatura «Masculinidades en Latinoamérica», invitado por el profesor Joseph Pierce. Le agradezco la oportunidad al profesor, y las preguntas y comentarios tan sofisticados a los estudiantes. Fue un auténtico placer.

Estas notas fueron escritas para servir de referencia durante la ponencia y conversación, así que disculpen la gramática apresurada.

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Cuando el profesor Pierce muy amablemente me invitó a compartir esta charla con ustedes, quedé un poco atónico porque mi reflexión en torno a la masculinidad está en pañales. Es cierto que él me invitó bajo la premisa de un texto que yo había publicado en HIV Equal con el título “Drunk Masculinities”, “Masculinidades borrachas”, o incluso mejor: “Borrachos de Masculinidad”, que es el que ustedes han leído. Me gustan estos retos porque me obligan a pensar en asuntos que yo no he pensando motu proprio, y la verdad es que me parece ridículo que siendo gay y siendo seropositivo aún no haya reflexionado en serio sobre ello.

En realidad miento, sí he reflexionado. El primer y único poemario que he escrito en mi vida llevaba por título ‘Varón’. Aunque adoro ese poemario porque habla de una época de mi vida muy especial, es más un testimonio vital que una obra que merezca estima literaria, así que no les voy a machacar con ello. Lo que les propongo hoy es seguir indagando en lo que “Drunk Masculinities” apuntaba, la relación entre masculinidad y alcohol, o más ampliamente entre masculinidad y drogas, incluyendo los medicamentos. “Drunk Masculinities” fue también un texto por encargo de los editores de HIV Equal, y como yo no tenía una idea coherente de cómo afrontar el asunto de masculinidad y VIH, lo que hice fue crear un texto impresionista, una suma de intuiciones y pequeñas experiencias, y yo esperaba que alguna línea vertebradora apareciera. Esta invitación de hoy a Stony Brook me obliga precisamente a vertebrar todo aquello, y he decir que asumí el reto con gusto y que me ha ayudado a entender varios asuntos que me andaban incordiando, pero a los que no había conseguido dar una explicación coherente. Lo que propongo hoy aquí no es, por supuesto, una explicación definitiva de nada, pero creo que sí abre un camino para seguir explorando.

Como a mí no me gustan los suspenses, yo les voy a contar desde ya mi hipótesis: mi hipótesis es que hoy en día, en ciudades como Nueva York (la avanzadilla de lo que ocurrirá en el resto del mundo más pronto que tarde), para ser un hombre gay masculino y aceptado como no-peligroso hay que estar drogado. Pero no drogado de alcohol, de cocaína, de T, o de molly, sino de antirretrovirales. Me explico.

Siempre que estudiamos esta intersección entre roles o identidades de género y prácticas íntimas (yo vengo a hablarles de sexo), hemos de remontarnos al s. XIX, que es cuando se crean las taxonomías de cuerpos válidos o no válidos, recuperables o no recuperables, para el sistema industrial y capitalista que ese momento se fragua. ¿Quién crea esas taxonomías que hoy día tenemos tantos problemas para seguir soportando? (En realidad problemas para ajustarnos a ellas tuvimos siempre). La ciencia, la medicina en concreto, la clínica como institución producto del racionalismo ilustrado, como aprendimos con Foucault. La medicina establece pautas muy precisas sobre cómo ser un hombre y una mujer productivos para el sistema.

La clínica divide a las personas entre normales y no normales, entre sanos y enfermos, entre útiles y no útiles, y dentro de los no útiles, entre recuperables y no recuperables. Ésa es precisamente la labor de la clínica: recuperar a los recuperables, volverlos útiles (Preciado nos dirá, además, que la discapacidad es un reto para la clínica porque no puede ofrecer una solución, ya que el discapacitado no está enfermo, simplemente tiene otro tipo de capacidad no recuperable, y por tanto, no accesible para la clínica).

Hoy tomamos clasificaciones como la de la salud y la enfermedad con total naturalidad, pero son construcciones, y de hecho construcciones no tan antiguas. Como construcciones, han cambiado mucho a lo largo del tiempo: yo todavía llegué a ver manuales de sexualidad en mi casa (yo nací en 1985) donde ser afeminado era considerado si no una enfermedad, sí una suerte de discapacidad. Zurdos, transexuales, homosexuales, histéricas, afeminados… tenemos todos en común el haber pertenecido a esa categoría de desechos que establecía la ciencia, y que nunca tuvo muy claro si eran recuperables o no: anormales, quizás enfermos, tullidos, pervertidos (Preciado también nos dirá que es una lástima que todo esos “desechos” en vez de habernos aliado contra el sistema, nos hemos enrolado en políticas de la identidad que cada vez nos separaban más, despreciando el potencial que tendríamos juntos).

Es interesante también como en todo lo que la medicina no puede explicar, a pesar de su discurso supuestamente hiper-racionalista, deja que se cuele la superstición. Por eso, todas las categorías que cité anteriormente fueron en un principio explicadas como productos del demonio: zurdos que escriben con la mano de Satanás, homosexuales y afeminados son pervertidos hijos de la tentación demoníaca, las histéricas están poseídas. De los y las transexuales ni hablo, porque a día de hoy la Iglesia Católica lxs tiene entre ceja y ceja como la mayor amenaza del mundo contemporáneo, y lxs ha llamado “un ataque antropológico”; un colegio español, de nombre Juan Pablo II, financiado con fondos públicos, comparaba lo que llamaban “ideología de género” con el terrorismo yihadista: una vez más, los infieles. Partamos entonces de ahí: todos los desechos de la ciencia somos hijos del demonio. Hace poco una amiga me contaba que se quedó embarazada de sus gemelos usando DIU, y que el doctor le dijo que aquello era “un milagro”. Esto también tiene que ver con la forma en que se nos presenta la medicina, que, como sabemos, tiene poco de ciencia pura, y que, como cualquier médico te reconocerá, un diagnóstico tiene mucho de arte, arte de la interpretación de signos, una hermenéutica. Pero bueno, éste es otro tema.

Preciado nos recordó que, de hecho, el término ‘feminismo’ es herencia de este cientifismo machista y ‘ableist’ (como decimos hoy) de finales del XIX: era un término aplicado a los tuberculosos, pues parece ser que uno de los síntomas de la tuberculosis era que el varón perdía su virilidad, se volvía de apariencia y trato femenino, se volvía “feminista”. Los tuberculosos eran feministas. Ésa es la primera vez que aparece este término en la historia, según Preciado. Luego es recuperado para el movimiento de liberación de las mujeres, pero su origen es bien machote.

Mi pregunta hoy es: ¿cómo han cambiado estos parámetros de normalidad desde finales del siglo XIX, en los que reinaba la clínica, hasta nuestros días a principios del siglo XXI? Voy a continuar con Preciado, quien considera que este régimen impuesto por la clínica como institución se agota precisamente cuando Foucault lo está describiendo, en los 60 y 70. ¿Qué viene después? ¿Qué diferencia hay entre la clínica ilustrada y decimonónica, que es también la que ha reinado buena parte del siglo XX, y la de nuestros días? Bueno, pues viene el sistema neoliberal, en el que dinámica de la clínica cambia profundamente, y el foco pasa de los médicos y su capacidad clasificatoria, a las farmacéuticas y su capacidad de sacar rentabilidad de lo que anteriormente habían sido considerado desechos. Imagínense: para la clínica hasta los años 70, el desecho es un desecho, se puede desahuciar, ignorar o incluso reprimir moralmente por su falta de productividad. Lo que hace el sistema neoliberal es recuperar esos desechos y hacerlos rentables. (Aquí estoy reformulando a Preciado totalmente a mi gusto).

Lo que hemos visto en las últimas décadas es que todos aquellos excluidos del sistema (por raza, sexo, identidad de género, orientación sexual, capacidades físicas o mentales) colocaban sus movimientos de liberación en el centro de la agenda nacional, y así surgen las nociones de “políticas de la identidad” y de “interseccionalidad” que son de uso común hoy para todos nosotros. Pues bien, lo que también ocurre es que aquel régimen cientifista se ha reciclado, convertido en régimen neoliberal que nos vende liberaciones farmacológicas: de hormonas para las personas trans, la píldora anticonceptiva para las mujeres que supuestamente iba a liberarlas de los embarazos, de antirretrovirales para las personas con VIH.

Antes de continuar me gustaría dejar claro que yo no estoy hablando contra estas píldoras per se. Para ello, cuento mi propio caso. Yo fui diagnosticado VIH positivo en enero de 2015 y desde entonces las tomo. Es mi decisión, no digo que tenga que ser la decisión de nadie más, porque yo cada día estoy más convencido de que las personas tienen que reclamar la soberanía sobre sus propios cuerpos, informarse bien y tomar las decisiones que consideren mejores para su salud. Ahora, si uno decide iniciar un tratamiento, lo que sí quisiera es que no tomáramos esas píldoras irreflexivamente, que indagáramos qué significan para nosotros esas píldoras no sólo médicamente sino también políticamente, y qué tipo de discursos se crean en torno a ellas.

Ha habido cierta discusión sobre la intersección entre el activismo del sida y el activismo de la normalización gay. Cronológicamente, es muy interesante pensar cómo la discusión a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo se inicia inmediatamente después del “éxito” del activismo del sida (ACT UP y otros), que es un activismo muy focalizado en conseguir medicamentos para acabar con la epidemia (aunque no sólo eso, claro). Algunas voces críticas se han alzado contra lo que consideran que fue una capitulación de un activismo mucha más radical hacia un activismo de la normalización: de presentarnos como “seres infecciosos” muriendo cada día por el tipo de relaciones sexuales que decidíamos seguir teniendo, a poder casarnos para así ser hombres y mujeres “normales”, parejas “normales” que pagan sus impuestos y tienen una casa en los suburbios. La crítica es la de que hemos pasado de presentarnos radicalmente fuera del sistema (sida) a rogar que nos incorporen al mismo, que nos normalicen (matrimonio).

Yo no lo veo exactamente así, a mí esto me parece una simplificación, porque en la reclamación del matrimonio había un potencial importante que iba más allá de la normalización: muchos habían perdido a sus parejas en la epidemia sin poder asistir a sus funerales porque la familia se oponía (hay una reivindicación de re-definir la familia), o sin poder recibir la herencia de una vida juntos, puesto que para el Estado eran simplemente dos amigos que convivían. También hay una cuestión migratoria clave, de la que yo mismo me he beneficiado: pasé cinco años y medio viviendo a 6000 km de distancia de mi pareja porque al no haber matrimonio no podía solicitar una visa de fiancée o una green card. Pero bueno, éste también es otro tema.

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Ahora voy a dar un volantazo y contradecirme a mí mismo para proponer la hipótesis de que sí, efectivamente, la aparición de los primeros tratamientos antirretrovirales y el activismo pro-matrimonio son parte del mismo proceso de normalización. Una vez más, me voy a ahorrar el suspense y voy a reformular mi hipótesis: en las últimas tres décadas el hombre homosexual ha ido poco a poco siendo aceptado como normal a cambio de someterse a un tratamiento antirretroviral. Suena muy esperpéntico, pero no lo es.

Tomemos el ejemplo del NY, que es un buen termómetro de lo que ocurrirá en el resto del mundo dentro de unos años. En NY, hoy día, si eres gay y no tomas antirretrovirales eres sospechoso de irresponsabilidad, desinformación, ignorancia. Te ven como un peligro público. Y yo lo digo también desde mí mismo, que lo he pensado así durante un tiempo. En el mundo gay de NY hemos llegado a este acuerdo de que el sexo más seguro es siempre con personas en terapia antirretroviral: o bien seropositivos en tratamiento y con carga viral indetectable, o bien seronegativos que toman PrEP. De hecho, cada fin de semana hay muchísimas sesiones de sexo en grupo sin condón y con otras drogas –lo que llamamos chemsex- generalmente sólo entre personas seropositivas indetectables (es decir, en tratamiento antirretroviral) y seronegativos que toman PrEP.

Como ya he dicho, yo mismo me he visto en esa dinámica muchas veces, de pensar con desconfianza de alguien que no se medica: “mmmmm seguro que no se hace un test de VIH en años”, “es un irresponsable”, “los más peligrosos son los que no conocen su estatus.” Esto último ha llegado a significar en NY lo siguiente: los que sí conocen su estatus, automáticamente deben estar en tratamiento, o bien antirretrovirales o PrEP, que también son antirretrovirales.

Esto es una utopía para las farmacéuticas.

Insisto: yo no estoy hablando necesariamente contra los antirretrovirales. Sería bastante hipócrita de mi parte. Yo tomo antirretrovirales. Con respecto a PrEP, mi postura es la de no decir a nadie lo que tiene o no tiene que hacer con su cuerpo. Puedo entender que haya casos donde negociar el preservativo pueda ser difícil (estoy pensando en el trabajo sexual), o personas que simplemente no quieren usar el preservativo, y prefieren un método de prevención químico. Para mí es respetable. Lo que vale para uno, no vale para todos.

Lo que sí me gustaría es que fuéramos más críticos con los discursos que estamos ayudando a crear en torno a esas pastillas, si damos por hecho que quien no las toma es “peligroso”, “no es normal”, “no es responsable”. El peligro es que estemos reproduciendo las taxonomías que décadas atrás nos han tratado a nosotros como desechos.

Los antirretrovirales fueron presentados ante nosotros como un milagro, las pastillas de la salvación. Y yo no digo que no lo sean. Este mismo verano fui a la exposición en el Museo del Bronx ‘Art AIDS in America’ y allí tuve una conversación muy interesante con un hombre de unos 70 años que se me acercó mientras yo no podía dejar de mirar este cuadro:

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Él me preguntó qué había visto yo en el cuadro, y yo le hablé sobre cómo ahora el VIH ha pasado a ser invisible, no hay nada en nuestro aspecto que haga sospechar que portamos el virus, mientras en esa época había signos físicos (muchas veces estereotipados) que “te revelaban” ante los demás como seropositivo. Él me dijo: “pues yo sólo veo una pareja que se quiere”. Y la verdad es que esto me dejó mudo. Seguimos conversando, y antes de despedirnos, ya en el metro, me dijo: “lo que más me ha impresionado de hablar contigo es que tú no conoces a nadie cercano que no haya muerto de sida. En mi generación, eso era impensable. Todos perdimos muchos amigos, parejas y amantes”. Yo creo en el tratamiento antirretroviral, y creo que los antirretrovirales están detrás de ese cambio generacional que nos permite que hoy yo no conozca a nadie cercano que haya muerto de alguna enfermedad relacionada con el sida. Pero quedarnos en ese agradecimiento no es suficiente. Creo también que la liberación de esas taxonomías represoras y de nuestra capacidad para tomar nuestras propias decisiones sobre nuestra salud no puede ser nunca meramente farmacológica. El hecho de que los antirretrovirales sean efectivos no puede desactivar nuestra capacidad de darnos cuenta de que también somos un enorme negocio. Mi tratamiento anual cuesta 36,000 dólares.

Los antirretrovirales se nos presentaron como una gesta llevada a cabo por un grupo de jóvenes (en su mayoría hombres gays, blancos y de buena situación económica, por cierto). Han colaborado en ello documentales como How to Survive a Plague. Podemos pensar en aquellos activistas de ACT UP en términos de masculinidad, porque es muy interesante lo que hicieron: aunque se presentaban como la voz que habla desde la pura marginalidad, desechados por un sistema que no atiende “su” epidemia y que los quiere dejar morir, lo cierto es que usaron muchos recursos de la masculinidad. El activismo de ACT UP era un activismo del enfado, de sacar pecho, de tomar oficinas, de escrache, físicamente jugando con los límites de lo violento. Pero bueno, esto también para otra presentación.

Yo adoré durante mucho tiempo este documental, pero hoy me parece que esa victoria que muestra ha colaborado a desactivar muchos activismos necesarios, porque al fin y al cabo, habla de una victoria, de un proceso activista que se cierra: se consiguen los antirretrovirales, y ya podemos vivir una vida larga y con buena calidad de vida. Punto. Al menos así se ve desde 2016. Los antirretrovirales nos salvan la vida y nos liberan, discurso que ha retornado hoy más fuerte que nunca con PrEP: PrEP nos libera del terror al VIH y no sólo eso, hasta nos libera del condón, porque aunque todos sepamos que hay otras infecciones de transmisión sexual, lo cierto es que en muchos casos PrEP se usa como sustituto al condón. Y yo no lo condeno moralmente en absoluto, jamás diría a nadie cómo tiene que tener sexo, simplemente explico pros y contras, y allá cada cual con su libertad y su cuerpo.

La cuestión es que la situación en Nueva York es una buena muestra de las masculinidades que vienen, y en el caso de los homosexuales es una masculinidad normalizada a través de su sujeción a un tratamiento antirretroviral. En este régimen neoliberal que rige nuestras vidas, ya no hay cuerpos desechables, como los había en el XIX y XX, porque esos cuerpos ahora son rentables. Si la posición ética, activista, para muchxs en el XIX y buena parte del XX era reivindicar su marginalidad, yo me pregunto cómo podemos hoy reivindicar nuestra no-rentabilidad, o al menos no ser rentables a costa de nuestra salud, de nuestra masculinidad. Hay mucho conformismo con respecto al discurso de la cronicidad: la conversión del HIV en una condición crónica ha desactivado mucho activismo.

Además, el discurso de la indetectabilidad se está usando en muchas ocasiones para dejar personas fuera: los que no han iniciado su tratamiento antirretroviral aún pero que piensan iniciarlo en algún momento, los que no planean iniciarlo nunca porque han tomado esa decisión soberana sobre su propio cuerpo. El discurso del PrEP, mal enfocado, también deja fuera al seronegativo que no se medica, a través de comentarios del tipo que decía antes: “no te puedes fiar de él”, “así nunca sabe a ciencia cierta si es seropositivo o no.” Estrategias mundiales, como la del 90-90-90 (establecida por la UNESCO. Objetivo de conseguir que el 90% de las personas con VIH conozcan su estatus serológico; que de ese grupo, el 90% esté en tratamiento; que de los que estén en tratamiento, el 90% sea indetectable) también colaboran en ello, aunque sea oblicuamente. Mi pregunta es: si das positivo, y estás obligado a medicarte, ¿dónde queda el empoderamiento del paciente en este sentido? ¿Qué margen permite este sistema a un paciente elegir sobre lo que es mejor para su propia salud y su propio cuerpo?

Los “normales” en el mundo gay de hoy día son los “no peligrosos”, y por “no peligrosos” hoy entendemos los sujetos a un tratamiento antirretroviral: o seropositivo indetectable o seronegativo que toma PrEP. Éstos se buscan, se acuestan entre sí y a menudo denigran a quienes no forman parte de esas categorías.

Sobre estos sujetos a un tratamiento antirretroviral que reproducen taxonomías de exclusión quiero sugerir que la masculinidad represora que viene (o que ya está aquí) es la el “macho antirretroviral”. No se trata necesariamente del que toma ARV o PrEP, sino el que lo toma y, además, reproduce esos discursos de exclusión, que son los mismos discursos de exclusión en torno a la “peligrosidad” que los homosexuales padecimos con las taxonomías ilustradas por no cumplir con los parámetros de masculinidad. El problema no es usar antirretrovirales, el problema es usar los antirretrovirales contra otros. Ésa es la idea clave: El macho antirretroviral usa sus antirretrovirales contra otros.

Y más. Aquí les ofrezco diez características que, a mi juicio, lo definen:

  • El macho antirretroviral es el macho homosexual normalizado en el sistema neoliberal.
  • El macho antirretroviral compra su normalización masculina a través de un medicamento.
  • El macho antirretroviral toma su tratamiento como una liberación plena, sin considerar sus cortapisas.
  • El macho antirretroviral se ha tragado a la clínica racionalista, y ahora que la tiene dentro reproduce su dinámica discriminatoria a través de otro tipo de taxonomías.
  • El macho antirretroviral se siente atraído hacia otros hombres según su estatus farmacológico (que no serológico).
  • El macho antirretroviral establece taxonomías entre hombres peligrosos y hombres no peligrosos. Los peligrosos son los que no están sujetos a un tratamiento antirretroviral.
  • El macho antirretroviral estigmatiza a quien decide no iniciar un tratamiento antirretroviral, a quien no puede alcanzar el estatus de indetectable, o a quien sin ser seropositivo decide no tomar PrEP a pesar de tener una vida sexual activa.
  • El macho antirretroviral se incomoda cuando se le afronta por la dimensión de negocio que tiene el tratamiento que toma.
  • El macho antirretroviral puede tener músculos o no, vestir a la moda o no, tener dinero o no[1]: su masculinidad no se define por su apariencia, sino por la invisibilidad del tratamiento que ingiere.
  • El macho antirretroviral confía en la palabra de otros machos antirretrovirales: si le dicen que toman tratamiento, lo creen, sin que tengan posibilidad de verificarlo.
  • El macho antirretroviral ve la cronicidad del VIH como una victoria definitiva.
  • El macho antirretroviral es adicto a sus tratamientos antirretrovirales; su masculinidad es una masculinidad borracha de antirretrovirales.

Insisto de nuevo: ser macho antirretroviral no tiene relación con tomar o no un tratamiento antirretroviral, sino con tomarlo contra otros que son tildados de peligrosos por no tomarlo.

Para muchos que lean este post desde países donde PrEP no está disponible, esto le sonará a ciencia ficción. No lo es. Yo lo he visto ocurrir delante de mis narices, yo me he visto a mí mismo convertido en macho antirretroviral y me ha costado salir de se círculo vicioso de pensamiento. Aún estoy en ello. Sepan que va a ocurrir en más lugares. Evítenlo.

Me interesa qué piensas sobre este tema. Puedes escribirme abajo en los comentarios, en Facebook, o en amorsexoserologia@gmail.com

Éste es un post de ASS- escrito por Miguel Cab allero para Imagina Más

[1] Hoy día no es necesario tener un buen nivel económico para estar sujeto a un tratamiento antiretroviral, aunque sí hay que tener en cuenta las diferencias de acceso entre antirretrovirales para seropositivos y PrEP para seronegativos.

1 comentario en “El macho antirretroviral”

  1. Joya, este texto. Justo hace poco en una conferencia mundial en mi trabajo (la app Hornet) hubo una ponencia sobre esto, explicada curiosamente por un neoyorkino, no entendi gran cosa. Pero este texto viene todo muy bien planteado y organizado.

    Me pregunto si en un futuro yo me sentiré «fuera de onda», pues yo me considero generación-del-condon y parece que ya viene una era sin condon, donde el PREP es la nueva prioridad. Quizá algun dia diga yo: «En mi generacion eso era impensable», como el tipo del texto que usa esa frase.

    Aquí en Mexico apenas hace unos meses conocí un aun pequeño club de gente, que ahora sé son estos nuevos machos antirretrovirales, con la descripcion de mentalidad que se da aqui sobre gays en NY.

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