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Cultura de la violación

Actualmente una violación o una agresión sexual es entendida, según el código penal, como un atentado contra la libertad sexual de otra persona utilizando violencia o intimidación.

La causa o las causas de estas violaciones se pueden ver desde diferentes perspectivas e incluso marcos teóricos. Esta editorial está enmarcada dentro de la teoría feminista la cual entiende la cultura de la violación como una expresión para entender las violaciones como parte de la estructura social y cultural. Un sistema que sitúa el foco en las víctimas, culpándolas, en lugar de en la prevención social y en la responsabilidad tanto individual de quien comete el acto como social. Además, se justifica al violador hablando de su incapacidad para controlar sus impulsos o de que tienen algún trastorno mental, lo pueden tener, pero no es esa la causa de estos actos.

Al encontrarse la raíz de las violaciones en la estructura social sobre la que se basan las sociedades, implica que normalizamos y naturalizamos estas agresiones. Al ver estas acciones como algo “normal” de la conducta humana o de la historia de la humanidad, por una parte, se termina justificando y, por otra parte, y lo que es más peligroso, se dificulta el que lo podamos identificar en acciones de nuestro día a día o en otras personas, porque total es algo normal. 

En definitiva, al hablar de cultura de la violación, se hace referencia a que asimilamos estas expresiones de violencia extremas (la violación) a través de la cultura y para cuando queremos darnos cuenta de ello, ya llevamos muchos años viendo, leyendo, escuchando e incluso viviendo las violaciones como parte de nuestra vida y se introduce esa normalidad en nuestra mente.  

Por ejemplo, en la música hay muchos ejemplos que tratan las violaciones como si fuesen algo normal sin llegar a realizar una crítica. Siempre se habla de las canciones de reggaetón, sin embrago, sucede en todas las disciplinas musicales: en 1987 Los Ronaldos publicaron una canción Sí, sí donde aparece la siguiente expresión “Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí” y no pasa nada por publicar esta canción.  

En la literatura, es muy conocido el relato que realizó Pablo Neruda en su autobiografía “Confieso que he vivido” acerca de cómo violó a una mujer. Lo explica sin ningún arrepentimiento o autocrítica, más bien, como si fuese algo normal e incluso parte de su madurez sexual. Este relato, no ha tenido ninguna consecuencia, como sociedad lo hemos aceptado sin ningún problema e incluso ha sido reconocido con premios como el nobel de literatura. 

Estos son algunos ejemplos que se encuentran en la cultura, pero no olvidemos que esta normalización de las violaciones es algo trasversal, es decir, se incrusta en todos los ámbitos de la cultura. 

Al final, con esta cultura, se ha creado una normalización de las violaciones que requiere un cambio muy profundo a nivel personal y social. Asimismo, se ha creado un imaginario de las violaciones que no se ajustan a la realidad. Se cree que siempre suceden en calles poco transitadas y de noche por personas desconocidas y que se encuentran “fuera” de la sociedad. Sin embargo, según las estadísticas el mayor porcentaje de violaciones se dan en casa y por personas del círculo más cercano: familia, amigos o pareja.

Si bien, y a pesar de que la cultura de la violación tiene mucha fuerza en nuestra sociedad, se observan algunos cambios. El nuevo modelo penal tras la última sentencia en el caso de la manada implica el cambio de un no es no a sólo sí es sí. Aquí existe un cambio simbólico del consentimiento al deseo porque ¿el contexto puede influir en nuestro “libre consentimiento”? Y lo que es más importante ¿las relaciones se consienten o se desean?

En este punto sería interesante preguntarnos o preguntar también a nuestras amigas, hablo de amigas porque según los datos en la mayoría de las violaciones las víctimas son las mujeres, si alguna vez han tenido relaciones con alguna persona que no les apetecía, dónde no les apetecía o cuándo no les apetecía. 

Miren Zuazua, psicóloga

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