Imagina más

Son mis amigos

Estamos acostumbrados a escuchar todo tipo de comentarios sobre los hombres gais. Muchos de ellos son positivos, aunque también son generalizaciones excesivas. Se dice que tenemos buen gusto, que somos divertidos, que sabemos cómo organizar una fiesta o que tenemos más dinero que la media de la población. Incluso hay personas que piensan que, como colectivo, formamos un poderoso grupo de presión que acabará con todo lo más sagrado de la humanidad (vale, esta creencia no es tan positiva, podríamos incluirla en el apartado de “híbridos”).

Por otro lado, y ya que nos hemos metido en lo que se dice de nosotros que no nos deja en tan buen lugar, existen otros estereotipos, creencias o generalizaciones sobre los hombres gais que son deformaciones bastante notorias la realidad, aunque se asumen como si fueran parte del ADN social. Porque, a fin de cuentas, ¡ay que ver los gais cómo somos… y lo sabes!

Los heterosexuales nunca hacen nada de lo que se dice que nosotros hacemos mucho. Solo lo hacemos los gais, que ay que ver cómo somos. “Ay que ver cómo somos” es el eufemismo para exclamar ay que ver lo que bebemos, porque es que tela los gais y las drogas, porque ay que ver lo cabrones que somos con nuestras parejas (de hecho somos infieles por naturaleza y los que no lo son no tendrán más remedio que acabar abriendo sus relaciones, que es un destino ineludible, porque cari, ya se sabe, ¡que somos maricones!). Porque es que con un hombre delante no respetamos nada, porque nuestras amistades van y vienen, porque convendrás conmigo en que somos reinas del drama y nos brotamos por cada pestaña que se nos cae, porque es que no nos aclaramos (nos quejamos de que nos insulten y nos llamamos “maricón” entre nosotros). Al fin y al cabo, somos los más divertidos pero los más torpes a la hora de vincularnos.

Nuestra superficialidad afectiva se nos acaba presuponiendo como el valor de los soldados. Nuestras amistades van y vienen porque como nos juntas a diez en corro y nos hemos liado todos con todos (y repitiendo) en realidad nuestras amistades siempre esconden detrás el objetivo de conseguir una entrada gratis a la discoteca de moda, un encuentro sexual a ser posible memorable… y luego si ya tal. En realidad no es verdad que todos nos hayamos liado con todos (¡siempre queda alguien! :P) ni que a eso todos lo llamemos amistad, ni que siempre haya un objetivo espurio o lascivo detrás del gancho que le echamos a alguien. El problema es que, a fuerza de enfatizar lo infieles que somos, lo mucho que follamos y la cantidad de gente que pasa por nuestros corazones en la categoría que sea, nos olvidamos de sacar a relucir el importantísimo papel que cumple la amistad (la de verdad de la buena) también para los hombres gais.

No tengo espacio para comentar cómo funciona eso de que cuando la familia biológica de origen falla y la que uno puede formar no es muy factible, ese hueco es ocupado por los vínculos de amistad a los que mucha gente bien llama “familia elegida”. Eso lo dejo para la asignatura de Historia de la Afectividad Gay. Solo pretendo desde aquí destacar lo evidente pero ocultado: que los gais tenemos muchos amigos, que muchos de esos amigos son muy buenos amigos, que somos muy capaces de generar intrincadas redes de amistad, apoyo, colaboración e intimidad sin que haya sexo o interés de por medio (o sin que el sexo y otros intereses sean lo más importante o duradero). Que la amistad entre hombres (también entre hombres gais) no es una quimera sino algo que a muchos nos nutre a diario, nos salva la vida, nos permite crecer y brillar. Creo que es importante que este tipo de afirmaciones se hagan también asociadas al mundo homosexual y que no solo se hable de nuestros terroríficos hábitos de consumo, nuestra frívola sexualidad, nuestra incurable infidelidad o nuestra incidencia de ITS, violencias aparte.

Demos gracias por nuestros amigos homosexuales y por nuestra capacidad para encontrarlos y cuidarlos, porque son reales y abundantes, nos honran con su amistad y nos facilitan la vida de múltiples maneras.

Por Rafael San Román, psicólogo de Imagina MÁS

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Scroll al inicio