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Los juegos Olímpicos para las personas transexuales

En 1976, la tenista Renée Richards desafió al estrecho mundo del deporte y ganó. Richards, que había competido como hombre cuando se llamaba Richard Raskin, se sometió a una operación de cambio de sexo para que su cuerpo dejara de contradecir su sentimiento de que era mujer y quiso competir contra mujeres. Necesitó que un tribunal de Nueva York le diera la razón para disputar en 1977 el Open de Estados Unidos que le había dado con la puerta en las narices un año antes. Fue una pionera.

Cuarenta años más tarde, las pruebas de determinación de sexo por cromosomas ya forman parte del pasado del deporte. Para el Comité Olímpico Internacional (COI) el género, la diferencia entre competiciones masculinas y femeninas, no depende ya de los atributos sexuales y de que las 23 parejas de cromosomas sean todas X o XY, sino de la testosterona: las mujeres no producen tanta como los hombres y por lo tanto son más pequeñas, tienen menos músculo, menos capacidad torácica, menos fuerza, velocidad y resistencia.

Por eso, cuando el organismo olímpico ha recomendado a todas las federaciones que admitan a deportistas transexuales sin exigirles, como hasta ahora, que se operen para extirpar los órganos que definen su sexualidad (testículos, gónadas, ovarios, útero, senos), la única condición que ha impuesto es que se compruebe que los que antes eran considerados hombres y quieran competir con mujeres tengan un nivel de testosterona inferior a 10 nanogramos por mililitro de sangre. Para ello, deben someterse a tratamientos con estrógenos que frenen la producción de testosterona, la hormona de la masculinidad.

A las mujeres que se han hecho hombres, reconocidos como hombres transexuales, les permite competir incluso aunque estén tratándose con testosterona sintética, un anabolizante prohibido por el Código Mundial antidopaje, para atajar la producción endógena de estrógenos. Aunque cuando se les conceda la autorización terapéutica de testosterona se vigilará que no sobrepasen las dosis establecidas, será muy difícil establecer cuándo se ha producido una sobredosis que les depare ventaja competitiva.

La recomendación, guiada por la exigencia de la sociedad de considerar e integrar la identidad de género en las competiciones, ha generado polémica e incomprensión entre fisiólogos, deportistas y transexuales. Ninguno parece satisfecho. Todos temen una inevitable polémica cuando algún transexual gane una medalla en los Juegos de Río en agosto.

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“Pero parece justa la norma de los 10 nanogramos de límite, aunque sea superior a la testosterona de cualquier mujer”, dice Alejandro Lucía, fisiólogo de la Universidad Europea de Madrid. “Los niveles normales de testosterona oscilan en las mujeres entre tres y 9,5 nanogramos por mililitro, mientras que en los hombres van de 30 a 120 nanogramos, En las mujeres son más bajos durante la pubertad y la adolescencia, mientras que en los hombres se disparan en la pubertad y permanecen estables hasta descender en la vejez”.

“Aunque sus niveles de testosterona hayan bajado, los que hayan competido como hombres y pasen a hacerlo con mujeres mantienen ciertas ventajas”, señala María José Martínez Patiño, exatleta y miembro de la comisión científica que redactó las recomendaciones del COI. “No solo son más grandes, pues, por ejemplo, un hombre de dos metros es solo excepcional, pero una mujer de dos metros es muy excepcional, más fuerza, menos anchura de pelvis, sino que técnicamente son también mejores y más agresivos. Sin embargo, aunque no esté de acuerdo con esta norma, el COI ha sido valiente con su norma, pues no se puede dejar en un limbo deportivo a los transexuales. Lo más importante es que está abierto a evolucionar, a dialogar”.

La posibilidad de que se permita a las que han sido mujeres tomar testosterona para competir con hombres preocupa a José Antonio López Calbet, profesor de fisiología del ejercicio en Las Palmas. “Pese a su menor desarrollo somático, en deportes con categorías de peso pueden llegar a gozar de ventajas sobre los hombres. Pero supongo que más vale dar ventajas a una pequeña minoría para lograr un bien mayor, que es la solución al problema de integrar la identidad de género en las normas deportivas”.

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